miércoles, 1 de septiembre de 2010

La novia oscura

Desde hace unos días a Todos los Santos, que ha iniciado la mudanza hacia los grandes territorios deslumbrados con todo y cigarro humeante, colas de zorro al cuello y pantuflas de pelo rosado, le ha dado por decirle Felipe ya no sólo a sus muchos y variopintos animales sino también a su gente cercana.
--Ven acá, tú, Felipe –me ordena--, entiende también esto que voy a decirte sobre las andanzas de mi niña Sayonara: al hacer el balance de las cosas vividas, la medición de los días que honestamente han sido, los demás siempre optamos por quedarnos, apegados a nuestras migajas de sobrevivencia, y la única que de verdad sabe partir es ella, sin temor, sin garantia de regreso, en pleno fulgor de vida florecida y vigorosa. Y en horrendo despliegue de egoísmo y dureza con el prójimo, también.
Le pregunto a Todos los Santos cuántas veces, haciéndole honor a su nombre, se despidió Sayonara.
--No hay que contar sólo las veces que se fue –me responde--, sino también las veces que quiso irse, y que son incontables.

Laura Restrepo, La novia oscura

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