Tienes la patente de mi insomnio. De a poco deshojo los sueños donde no quiero que aparezcas y espero despierta para combatir el recuerdo. Te olvido, todo el tiempo. Y todo el tiempo lo consigo hasta que debo intentarlo de nuevo. Y así, ya no eres, ni tú, ni tu cuerpo,
ni tus brazos, ni tu pecho, ni tu paso, ni tus labios, ni tu aliento, ni tu sexo, ni tu nombre del que ya no me acuerdo. Nada. Desapareces. Ya no estás. Te vas, lejos, hasta donde ya no consigo verte y respiro tranquila el aire que no tengo. Pero al final regresas, y otra vez el inicio con mis necias cicatrices que se resignan –un poco satisfechas-- a la delicadeza de tu herida que las vuelve a cubrir.
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