lunes, 27 de septiembre de 2010

21 días

Tu cadáver a los 21 días se marchita en el clóset. Envuelto en una sábana y atado con cinta, a la usanza de los sicarios, me sorprende el buen olor de su carne, que más que podrida, se marchita. Se hace frágil como una vara de incienso que se quema. Se hace cenizas que quieren escaparse por la tela que las contiene y aún da forma.
Cuando abrazo el envoltorio, siento la torpeza de tus huesos que aún no se desmoronan. Los imagino enteros, resistiendo, como tu voz lo hace con su eco en mi memoria. Pero van a ceder, terminarán igual que tu piel que es un legajo inútil y reseco de gestos y caricias, o tu rostro que de tan bello en vida ahora sólo es una máscara carcomida por el tiempo. Y tus ojos, qué habrá sido de tus ojos, de su claridad empañada, de su mirada oscura y conforme.
Me aguanto las ganas de ser cronista de tu muerte, de la muerte de tu cuerpo; de deshacer el envoltorio y amasarte como arcilla con las manos húmedas de saliva, palabras y recuerdos. Me aguanto y lo consigo, aunque de vez en cuando, sobre todo por las noches, me asomo a ese clóset donde en tres semanas te has convertido en un montón de polvo, olvido, nada y tiempo.

domingo, 26 de septiembre de 2010

presagio

Quiero terminar un poema y no puedo. Tengo la ansiedad de la última línea, su final y palabra, pero no llega. Hay algo que quiero decirte, algo para rasguñar tu corazón tan marchito y seco. Pero no florecen las frases. Es como si alguien hubiera soplado sobre las letras, deshilado los mensajes, borrado las palabras y en su lugar sólo dejó un presentimiento. El augurio de que algo terrible ocurrirá. Y está ocurriendo.

viernes, 24 de septiembre de 2010

***

No puedo dejar de verte
Aunque me esfuerzo por cerrar los ojos
Por mirar hacia una pared
Hacia el abismo y fin que se abre después de la cama
No puedo hacerlo.
La sombra clavada en tus ojos me distrae
Y se mete impune en el hueco
Inútil que llevo entre los pulmones y las costillas
No diré que duele
Ni tampoco que sea placentero
Sólo que es.

Cuando sueño contigo, prefiero tener insomnio

Cuando sueño contigo, prefiero tener insomnio. Que llegue la mañana con su luz sin prisa ni pausa, mientras ensayo en las sombras de la habitación las rutas de escape que me lleven lejos de ti. No es que no quiera verte ni en sueños, pero prefiero imaginarte bajo un alud de vigilia y tiempo, que el cansancio te sepulte hasta que tranquila pueda respirar la mañana lejos de tu recuerdo. Allá donde la luz y el ruido y el humo y un grito y la violencia y sus muertos te borren con el peso de sus pasos en mis huellas, que van de la huída a la búsqueda por encontrarte.
L.

domingo, 19 de septiembre de 2010

pasado y nada

Pasaste, pasado y nada
Ahora sólo te recorro para tratar de saber
si has sido
cierto o no
una cruel invención para inventarme
o la realidad desesperada de la que huyo
Lo que ha sido
Lo que fue
nada me da la certidumbre de tu existencia
aun sólo en mis sueños
que hiciste insomnios y pesadillas.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Otra vez, Satanás

Qué eres y qué has sido, demonio 
protector de mi cintura
Del tatuaje de tus brazos repta un ángel caído
Hasta mi pecho donde anida con su condena
Ha pasado tiempo
Han pasado sueños
Y tu voz todavía se aparece en este silencio de noche y piel
Dónde diablo guardián
Donde el autor de mis cicatrices
Dónde que se me contagie como el fuego al fénix y las cenizas

ZoF

martes, 14 de septiembre de 2010

Luto bien guardado

Tu muerte me sienta bien. Dicen los que me conocen que el luto le ha dado un brillo especial a mis ojos, ha afilado mis pasos y puesto en mi cadera un imán que atrae las manos y las miradas. Me veo mejor sin ti, eso me han dicho, eso me han asegurado. Y algunos bautizan mi recién nacida viudez con un mapa de humo, caricias y whisky, tatuados en la espalda. Pero a mí no terminan de convencerme los halagos y sus veleidades, y miro con desconfianza a la mujer que se asoma al espejo donde estuve. El techo que le daba a mis sueños ese cuarto destapó mis insomnios y sus palabras. Me puso otro nombre también, y la discreta belleza de tu ausencia, que brota con delicadeza de cicatriz en el centro del pecho, donde sólo yo puedo leerte.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Insomnio

Tienes la patente de mi insomnio. De a poco deshojo los sueños donde no quiero que aparezcas y espero despierta para combatir el recuerdo. Te olvido, todo el tiempo. Y todo el tiempo lo consigo hasta que debo intentarlo de nuevo. Y así, ya no eres, ni tú, ni tu cuerpo,
ni tus brazos, ni tu pecho, ni tu paso, ni tus labios, ni tu aliento, ni tu sexo, ni tu nombre del que ya no me acuerdo. Nada. Desapareces. Ya no estás. Te vas, lejos, hasta donde ya no consigo verte y respiro tranquila el aire que no tengo. Pero al final regresas, y otra vez el inicio con mis necias cicatrices que se resignan –un poco satisfechas-- a la delicadeza de tu herida que las vuelve a cubrir. 

sábado, 11 de septiembre de 2010

Para Narem

Tus alas, mujer, se me contagian. Y me das ganas de volar cada vez que te miro. Tengo la urgencia del fénix cuando es cenizas y está a punto de incendiarse. ¿Renaces conmigo?

martes, 7 de septiembre de 2010

ANÁLISIS DE CONSECUENCIAS

En Hornsgatan, por casualidad, le echó un vistazo al Kaffebar y, de repente, descubrió a Mikael saliendo en compañía de Erika Berger. Él le decía algo a Erika y ella se reía poniéndole el brazo alrededor de la cintura y dándole un beso en la mejilla. Desaparecieron por Brannkyrkagatan en dirección a Bellmansgatan. Sus gestos no dejaban lugar a malentendidos: resultaba obvio lo que tenían en mente.

El dolor fue tan inmediato y detestable que Lisbeth se detuvo en seco, incapaz de moverse. Quería coger el cartel de hojalata y usar el afilado borde para cortar en dos la cabeza de Erika Berger. Sin embargo no hizo nada. Los pensamientos se arremolinaban en su mente. "Análisis de consecuencias". Al final, se tranquilizó.

"Salander, eres una idiota deplorable", se dijo en voz alta.

Dio la vuelta y se fue a casa, a su recién limpiado apartamento. Cuando pasaba por Zinkensdamm se puso a nevar. Tiró a Elvis en un contenedor de basura.

Los hombres que no amaban a las mujeres, Stieg Larsson

extraño

Hoy desperté pensando en ti
Y no sé si fuiste alguno de mis sueños
O la causa de mi insomnio.
Pero esta mañana se me ha ido en repasar
Cada una de tus cicatrices,
tus manos y sus recorridos por mi espalda,
Tu frente, tus labios con sabor a humo,
Y tu colección de lugares comunes preferida
que siempre tuve a bien beber con un whisky sin rocas.
Es cierto. Te extraño, extraño.
Hay un espacio inútil e incierto
Que todavía te espera, que aún te inventa
En todos los rincones de mi cuerpo
Y las soledades que lo acompañan.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Sólo para iniciados


Ir al aeropuerto. Tomar un taxi e ir al aeropuerto. Parar un “micro” e ir al aeropuerto. Subir al metro e ir al aeropuerto. Bajar del avión y llegar al aeropuerto.
La Maga sentada frente a la ventana abierta está pensando en ir al aeropuerto. Con la vista en el cielo le resulta imposible no pensar en aviones y en el viento de lejos que traen sus pasajeros dentro de sus pulmones, además de las maletas llenas de recuerdos.
El aeropuerto, la Maga quiere ir al aeropuerto.
Y le da muchas vueltas al asunto de cómo llegar (o cómo irse), no termínase de decidir y se marea con sus ideas mientras se da cuenta que el atardecer se va apagando.
El atardecer se va haciendo noche, como la noche será día. La Maga siendo (haciendo) un dilema entre el auto, metro y microbús. No tiene ni idea de dónde se encuentra el aeropuerto, si está lejos o muy cerca, pero desde su cielo se siente cercano, como si bastase estirar la mano y tocarlo. Tocar al aeropuerto como se tocarían las hojas del misantrópico árbol parado frente a la ventana.
Eso debía ser, porque aunque no concibe más allá de su casa verde con gatos y una canción, los aviones vuelan muy bajo, y eso la exaspera porque sabe que Paul no, llegará en avión. Aun así la Maga está sintiéndose confundida, porque su cielo se desencanta con tantos aviones apenas lo mira; apenas si lo mira y regresa la idea del aeropuerto.
¿Para qué ir al aeropuerto?, ¿a qué ir al aeropuerto? Paul podría llegar en cualquier momento y no encontrarla lo entristecería, seguro. Además todavía falta decidir entre la página 200 y 201, esperar a que la luna baje hasta la mesa y servir la cena, ¿cómo podría olvidarse de la cena?
Pero el (y al) aeropuerto insiste, sigue y sigue y ahí está. La Maga se desespera, quiere sacarse esa idea extraña y extrañada de la cabeza, pero no puede. Un auto verde que pasa enfrente de la casa ídem, despacio por la calle solitaria, no ayuda en nada, más bien complica todo. La Maga ya no está segura de querer ir al aeropuerto, pero sabe que tiene que hacerlo. Ir al aeropuerto y recibir a alguien que no se fue, llegar en el avión y ver la cara (solo la cara) de quien no lo dejó ir. Será necesario buscar tantas opciones, cuando lo más sencillo es regresar al banco alto de madera, con patas a desnivel, esperar la caída de la luna por el agujero aquel; sentir como la ropa se seca y leer un libro, escoger entre la 200 con uvas doradas y la 201 con sesiones de exorcismos, mientras, mientras Paul regresa.


Cd. México Sin mes 1997

sábado, 4 de septiembre de 2010

Espero curarme de ti en unos días




Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.

viernes, 3 de septiembre de 2010

LA MUDANZA

No había motivo aparente para dejar la casa abandonada a su suerte ingrata, a sus soledades de muros calizos cayendo sobre las alas rotas. Se vivía bien con ella, con sus gatos mojados, con sus rayos de sombra, con sus ventanas de plástico.

Ni el miedo de abril –casi mayo- ni las lunas desaparecidas de diciembre alcanzaban para explicar la repentina decisión de irse: dejar varada a la casa, y a sus preocupaciones escondidas en cada rincón dibujado en los recuerdos de extraños.

Hace días que la idea de meter todo en cajas y deshacerse del vacío está dando vueltas despacio, en cada soplo de viento que sacude el cabello alborotado de sueños. Pero los paisajes detenidos en la ventana que se asoma a la calle, espantan a la ocurrencia y a sus pensamientos atentos a la vía de siempre solitaria, siempre con su noche adusta de voces frías y apagadas.

Fue un día 28 sin verano que decidió mudarse con el último silencio de las penumbras, en medio de la luna llena que envolvía la casa. A dos manos –como queriendo colgarse del cielo prometido por los ingenuos- arrancó los plásticos polvorientos de la ventana principal: aquélla de mirada cierta puesta donde las sombras gustan de tomar el sol.

Con el rostro salpicado de sal, sus ojos de cierva azorada recorrieron con pausa, palmo a palmo, la acera casi etérea con sus otras fachadas grises de ensueño y las lágrimas vespertinas que se van secando en los párrafos de un libro aprendido.

Era necesario mudarse. La maga no sabe cómo explicarlo al único árbol compañía de sus interminables soledades (inocentes esperas y sinrazones desesperadas) en medio de tantos exorcismos azules.

Las ramas florecidas del verano no lo entendieron pero la triste cadencia de su danza fue de aceptación, apenas la necesaria para llenar manos vacías y pulmones pardos del ánimo requerido en tan difícil empresa.

Había que guardar todo en maletas de humo que no pesaran, llevarse el aire con su sabor a madera perfumada, a los gatos zainos y sus espontáneas veleidades, al polvo denso y su pasado inventado, a la nada constante y a ese libro de pasta gruesa con golondrinas volando entre las letras amarillas de un eclipse.

Sí, era preciso apoyarse en la decisión con la misma fuerza con que convencido se sostiene el deseo del héroe de sal, escaso, que tocó a la puerta dibujada con trémula indiferencia.

Los fantasmas gandules miran con asombro y desconcierto, reservados y confundidos atienden vigilantes todo el inusual movimiento aquel. En algún lugar de lo que fue y sus horas lentas se quedaron las ganas de perderse en laberintos inventados para no volver a la visión, que latía entre sus manos, de un racimo de uvas áureas inalcanzables, junto a la ansiedad que se ahoga exacta, detenida de las paredes.

Había que mudarse de la casa verde. Hacer algo con sus pasillos sin sueño, su piso dolorido, sus ventanas resucitadas, su azotea lloviendo lunas y las esquinas llorando silencios.

La necesidad de marcharse se hacía imperiosa con cada golpe de tiempo insoportable. Atrapada en esas ansiedades, con el equipaje en la mano, la maga no puede deshacerse del odioso dilema sin explicación que se revuelve entre vender la casa, abandonarla o rentarla a alguna buena intención.

El peso de las cajas y la memoria velada no dejan cargar cualquier otra decisión antes de que se acabe la noche con sus  vapores errantes y el lento valor del espacio que se desocupa de tanta magia barata. Que los vecinos diurnos nunca conocidos no noten la diferencia salvo por el letrero colorido colgado de una historia, que da hacia la ventana.

Irse para no regresar, para no volver, para pasar a lo lejos con otros ojos (prestados) y mirar simplemente como se caen los muros llenos de firmeza sin estar adentro.

Imaginarse a los nuevos inquilinos ocupando su escaso mar, océano, mientras una brisa de muerte –o de vida, es igual- despeja las nubes de la mirada que se pierde en sus afanes y búsquedas sin utilizar.

Todo está listo. La maga detiene por un momento su improvisado itinerario para repasar cada uno de los recuerdos extranjeros que deja, los que fueron y los que no.

Se queda lo que no puede llevarse, lo que no cabe ni en todas las palabras prometidas ni en todos los sueños sin cumplir. Ya de por sí pesan de sobre manera el techo y las paredes apagadas como para acarrearse a todas las esperas sin terminar que sostienen la languidez de la casa.

Cómo llegó ahí. No se acuerda. Cuánto tiempo lleva. Tampoco lo sabe. Lo que esperaba con tal vehemencia no aparece. El viento fuerte y afilado lastima todas esas ideas bien vestidas que intentan darle buenas razones.

No ha dicho ni pensado la última palabra. Las despedidas –de ninguna clase- no han sido su fuerte, para eso se mudó –ya lo recuerda- para poder esperar queda la vida ahí, sentada en un banco alto de madera clara, leyendo siempre la misma página del libro inagotable, escuchando la canción de su mala suerte y llorando lágrimas postizas de un techo sin dios.

Las escenas aparecen con tal rapidez que la maga no puede esquivarlas: caricias que golpean ufanas, soberbias, que laceran más que las lagunas y vacíos con los que inútilmente trata de defenderse.

Y otra vez hay que decidir, como siempre, y ella que no sabe, que no aprendió de los momentos que aleccionan y terminan por leerse sin sentido en los pasos que parecen girar en el mismo lugar, dentro de su espejo.

La casa empieza a quedarse sin techo, sólo permanecen en pie las sombras prestadas, quietas, sin mover las intenciones.

El deseo cada vez más nítido sopla como un timbre agudo que atraviesa dulcemente su pecho, descubierto por las manos ansiosas del viento que con su lengua fría acaricia suavemente, el sudor de mar que resbala desde los ojos sin sueños.

El héroe de nombre extraño vuelve a insistir, sin métodos ni razones. Su silueta esbozada en los pensamientos desarma lo que queda de resistencia: hay que mudarse de la casa, abandonarla, huir.

Los pasos apuntan hacia las escaleras desconocidas, hacia las voces sin palabras que tiemblan en las manos frágiles que sujetan con fuerza el barandal de metal indiferente y frío.

Ésta no es una noche de aquellas, ahogadas en la nostalgia de rostros sin conocer, no es una de esas que se llenan de juramentos esperados sin cumplir que sobreviven cuando el deseo que mata, muere.

Avanzar, detenerse, dudar, volver a empezar. La maga inventa esas palabras imposibles de atrapar y las pronuncia su desesperación. Algo se queda, algo se perdió.

La noche se multiplica a pares en cada momento que regresa la razón a golpes de realidad. Hay que irse, la casa se viene abajo y su cielo sin dios también. Para sobrevivir afuera, la maga sabe que sólo habrá que disimular con la sonrisa empeñada y una mirada oscura puesta sobre las soledades evidentes.

La puerta que da a la calle permanece cerrada aún. Impávida se mira en un espejo de madera dulce que cuenta cada una de las horas perdidas. El tiempo escapa su marca y la maga dejó de llevar la cuenta hilvanada en cada vacío de la casa.

La noche se diluye, la voluntad también. El héroe mira de espaldas. Los pasos regresan, no cobardes ni resignados. La tristeza de los muros se levanta mientras la maga sube corriendo las escaleras azules, se devuelve para reponer las oportunidades escondidas en los jirones de sueño desperdigados por la casa.

La maga no desempaca ni a los gatos ni al polvo ni a las sombras, deja todo en su lugar, guardado, para que no estorbe a las certezas que empiezan a crecer, nuevamente, como siempre, en cada uno de los rincones de su casa verde.

L.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Anda

En esta habitación vacía aún suena tu voz. Rebota entre las paredes donde nunca estuviste. Te busco desesperada en las sábanas y sus besos. Y no estás, aunque grito a la ciudad que regreses o que me lleves hasta donde tus manos dispuestas a destruirme.
Anda a desandar todos tus pasos en mi piel, anda a inventarlos de nuevo mientras me recuesto a dormir con tus insomnios. Anda. Anda de nuevo a andar. Y regresa, en veces, aunque sea sólo para volver a irte.


L.

Fénix

Condenado a la eternidad de las cenizas y el fuego. Al fénix no le gustó el destino incansable que le dieron. Aun así, florece cada tanto, en un acto doloroso de resignación y soberbia desde un ataúd de incienso y mirra.

Hace frío

Hace frío y soledad. En la calle por la que desapareciste tracé un camino con todos tus nombre para no olvidar que no volverías.
Aunque tenga tu rostro dormido en mi frente y tus palabras confundidas con la saliva y el vino, no serás tú más todas las noches y los inviernos de ciudades lejanas.
Me pregunto qué haré cuando te vea. Cuando las hojas pisen tu recuerdo de ciudades lejanas, y con tus ganas de ser invierno para que salgas de la invención. Que la certeza me diga que no llegarás con la barca de pasaje que despierta alguna alquimia de agua y viento que sople el final y la sal de mis ojos.
La noche no termina sus claros. Solamente tu sombra podría iluminar el desastre que hicieron las palabras en el espejo de mis pasos. 




L.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

La novia oscura

Desde hace unos días a Todos los Santos, que ha iniciado la mudanza hacia los grandes territorios deslumbrados con todo y cigarro humeante, colas de zorro al cuello y pantuflas de pelo rosado, le ha dado por decirle Felipe ya no sólo a sus muchos y variopintos animales sino también a su gente cercana.
--Ven acá, tú, Felipe –me ordena--, entiende también esto que voy a decirte sobre las andanzas de mi niña Sayonara: al hacer el balance de las cosas vividas, la medición de los días que honestamente han sido, los demás siempre optamos por quedarnos, apegados a nuestras migajas de sobrevivencia, y la única que de verdad sabe partir es ella, sin temor, sin garantia de regreso, en pleno fulgor de vida florecida y vigorosa. Y en horrendo despliegue de egoísmo y dureza con el prójimo, también.
Le pregunto a Todos los Santos cuántas veces, haciéndole honor a su nombre, se despidió Sayonara.
--No hay que contar sólo las veces que se fue –me responde--, sino también las veces que quiso irse, y que son incontables.

Laura Restrepo, La novia oscura

Adicta al jaque mate

Y SÓLO escribirte que se me quebraron las piernas en la loca carrera por alcanzarte, porque tú siempre estuviste muy cerca y yo, huyendo lejos para dar el rodeo que envilecía llamándolo fracaso, y que los dos sabíamos que no lo era. Aunque siempre lo intenté. Olvidarte. Olvido que no fue ni castigo o bendición. Y ahora me doy cuenta que me extrañas. Lo sé porque en uno de tus gestos me buscas para saber que no estoy ahí, como si fuera la dulce agonía de una muerte lenta que te gusta vivir. Te extraño, extraño, cuando oigo mis latidos que duelen con humo y cicatrices pasadas por cenizas y sol. Y no hay remedio para alguno de los dos, para los miedos que compartimos aun con el peso del vacío y la nada que nos atraviesan para unirnos con una alquimia que sólo nos separa.

L.

Cambiando el temporal, salieron a bailar...


Yo no tenía ganas de reir,
tú reías para no llorar;
yo le guiñaba un ojo a mi nariz,
tú consolabas a tu soledad.
Yo sin ninguna escoba que vender,
tú con mil y una noches que olvidar;
a mí no me quería una mujer,
a ti se te moría una ciudad.
Tú habías perdido el último autobús,
a mí me habían hechado de otro bar;
los mismos alfileres de vudú,
el mismo cuento que termina mal.
Pero quiso el cielo
bautizar el suelo
con su gota a gota
y con champú de arena
para tu melena
de muñeca rota
y tu mirada azul
me dijo a cara o cruz
y mi alma de tahur
lo puso a doble o nada.
Y los peces de colores de mis botas
y tus marchitos zapatitos de tacón
locos por naufragar
salieron a bailar
al ritmo de la lluvia sobre las capotas
el rocanrol de los idiotas.
Yo no venía de ningún país,
tú ibas camino de cualquier lugar;
conmigo no contaba el porvenir,
de ti no se acordaba el verbo “amar”.
Yo no jugaba para no perder,
tú hacias trampas para no ganar;
yo no rezaba para no creer,
tú no besabas para no soñar.
Y sin equívocos de vodevil
ni alertas rojas en el corazón
el dios de la tormenta quiso abrir
la caja de los truenos y tronó,
porque quiso el cielo
acariciar el suelo
con su gota a gota
y con champú de arena
para tu melena
de muñeca rota.
Qué disparate de
partida de ajedrez
con un partenaire
adicta al jaque mate.
Y tu bolso como un nido de gaviotas
y mi futuro con pan duro en el cajón
locos por naufragar
salieron a bailar
al ritmo de la lluvia sobre las capotas
el rocanrol de los idiotas.
Capeando el temporal
salieron a bailar
como dos locos bajo el chaparrón de notas
del rocanrol de los idiotas.
El rocanrol,
el rocanrol de los idiotas.
Como tu y como yo.
El rocanrol de los idiotas.
Se marcó la calle
con aquel detalle
de dejarnos solos.
El rocanrol de los idiotas.
Y por casualidad
comenzó a tocar
la flauta de Bartolo.
El rocanrol de los idiotas.
Go Johnny go, go, go.
El rocanrol de los idiotas.
All you need is love.
Y bailar
El rocanrol de los idiotas.
A vam ba baluba balam bam bu.
Tutti frutti.
El rocanrol de los idiotas.
Don’t worry.
El rocanrol de los idiotas.