sábado, 28 de agosto de 2010

ese miedo

El día que la maga vio a Francisco tuvo miedo. Quiso esconderse del desconocido que la miró con los pasos del desinterés a la curiosidad. La maga no sabía que sería la maga y que él se lo pediría, que fuera siempre la maga antes de que otra cosa pasara. Y las cosas pasaron, las ciudades. París y Barcelona. Pero entonces ni Francisco, ni la maga, ni nadie lo sabía. Tal vez, sólo en un asomo de posibilidad, la maga siempre lo supo, desde el miedo con el que lo miraba resignada. “Haz de ser tú, y ninguna otra suerte”. No será el deseo lo que mate, ni las noches sin dormir, sino los insomnios que vengan sin ti en los sueños. Te extrañé desde entonces, francisco, aunque se lo negué a todos, Narem lo sabe porque se lo escribí y porque siempre lo ha sabido, de alguna forma, de alguna inercia que no puedo entender ni explicarte. Mejor no hablar de ti, y la maga se queda callada de vos hasta que algo la saca de esa somnolencia tuya. Hay poco que hacer entonces. Es de noche y la ciudad llena de luces la hacen llorar hasta que aparece un gato y habla de ti con él. Así ha sido desde que la adoptaron con un nombre extraño, un extraño sin nombre (que más bien, por caridad, tiene el nombre de todos). Él es bueno, pero la bondad no exorciza las nostalgias. De cualquier forma regresa al mismo punto del que no se ha ido. A volver a empezar la torpe carrera por correr lejos de ti, siguiendo el camino de la sombra de francisco.
¿Habrá algún día en el que deje de recordarlo, que al acostarse no sea las sábanas, la almohada y el sueño (el olor de lo que no pudieron ser juntos? Quizá, aunque antes tendría que dejar de creer en él. ¿Podría hacerlo? ¿Podría no pensar más en él, en francisco, sin perder más la razón, sin estar a la deriva de la isla de su fe? La fe que se llama siempre como él, en medio de cualquier instante. ¿hasta dónde le alcanzarán las buenas intenciones a la maga para dejar de serlo? ¿podría? Nació bajo un signo que la condena a perder las alas cada vez que emprende el vuelo, no hay tiempo ni manos que lo remedien, sólo sus propios gritos, a sus propios demonios que descorazonados no tienen piedad de la atormentada. tal vez sea que la maga tiene las vidas de los gatos con los que habla y que, como ellos, siempre cae de pie, porque después de hablar de francisco, se levanta y anda otra vez para buscar árboles casi azules en un ciudad muy gris, espera que sea diciembre y olvida, mientras busca a los falsos amores y sus nombres.

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