UNO DEBE TENER MUCHO MIEDO AL ESCRIBIR. NO ES UN ACTO NATURAL COMO COMER O HACER EL AMOR, ES EN CIERTO MODO UN ACTO CONTRA NATURA. ES DECIRLE A LA NATURALEZA QUE NO SE BASTA A SÍ MISMA, QUE NECESITA OTRA REALIDAD, LA IMAGINACIÓN LITERARIA. Carlos Fuentes
Es el aire lo que falta. Ahora que lo pienso es cuando lo noto, porque todo sigue igual. Aquí mismo donde parece que nadie y nada pasa, es sólo el aire que lo que no está desde que tú tampoco
A veces sueño contigo. Es cierto. Y despierto con la sensación de no haber dormido, con un cansancio acumulado que oprime el corazón. Entonces recuerdo a jirones el sueño y pienso que quizá fue real, o que tal vez todo ha sido una genial invención --el sueño, tú, lo que fue, fuimos, yo--. Eso me deja más tranquila, cuando menos lo suficiente para volver a dormir.
El día que la maga vio a Francisco tuvo miedo. Quiso esconderse del desconocido que la miró con los pasos del desinterés a la curiosidad. La maga no sabía que sería la maga y que él se lo pediría, que fuera siempre la maga antes de que otra cosa pasara. Y las cosas pasaron, las ciudades. París y Barcelona. Pero entonces ni Francisco, ni la maga, ni nadie lo sabía. Tal vez, sólo en un asomo de posibilidad, la maga siempre lo supo, desde el miedo con el que lo miraba resignada. “Haz de ser tú, y ninguna otra suerte”. No será el deseo lo que mate, ni las noches sin dormir, sino los insomnios que vengan sin ti en los sueños. Te extrañé desde entonces, francisco, aunque se lo negué a todos, Narem lo sabe porque se lo escribí y porque siempre lo ha sabido, de alguna forma, de alguna inercia que no puedo entender ni explicarte. Mejor no hablar de ti, y la maga se queda callada de vos hasta que algo la saca de esa somnolencia tuya. Hay poco que hacer entonces. Es de noche y la ciudad llena de luces la hacen llorar hasta que aparece un gato y habla de ti con él. Así ha sido desde que la adoptaron con un nombre extraño, un extraño sin nombre (que más bien, por caridad, tiene el nombre de todos). Él es bueno, pero la bondad no exorciza las nostalgias. De cualquier forma regresa al mismo punto del que no se ha ido. A volver a empezar la torpe carrera por correr lejos de ti, siguiendo el camino de la sombra de francisco.
¿Habrá algún día en el que deje de recordarlo, que al acostarse no sea las sábanas, la almohada y el sueño (el olor de lo que no pudieron ser juntos? Quizá, aunque antes tendría que dejar de creer en él. ¿Podría hacerlo? ¿Podría no pensar más en él, en francisco, sin perder más la razón, sin estar a la deriva de la isla de su fe? La fe que se llama siempre como él, en medio de cualquier instante. ¿hasta dónde le alcanzarán las buenas intenciones a la maga para dejar de serlo? ¿podría? Nació bajo un signo que la condena a perder las alas cada vez que emprende el vuelo, no hay tiempo ni manos que lo remedien, sólo sus propios gritos, a sus propios demonios que descorazonados no tienen piedad de la atormentada. tal vez sea que la maga tiene las vidas de los gatos con los que habla y que, como ellos, siempre cae de pie, porque después de hablar de francisco, se levanta y anda otra vez para buscar árboles casi azules en un ciudad muy gris, espera que sea diciembre y olvida, mientras busca a los falsos amores y sus nombres.
Mimmi suspiró y sonrió. --¿Sabes?, lo cierto es que tú eres una bollera con la que podría vivir. Me dejarías en paz cuando quisiera. Lisbeth guardó silencio. --Aparte de que, en realidad, tú no eres una bollera. Al menos no una auténtica bollera. Tal vez seas bisexual. Más que nada creo que eres sexual: te gusta el sexo y te importa una mierda el género. Eres un caótico factor entrópico.
La chica que soñaba con un cerillo y un bidón de gasolina, Stieg Larsson.
Me lo dijeron mil veces, mas yo nunca quise poner atención. Cuando vinieron los llantos ya estabas muy dentro de mi corazón. Te esperaba hasta muy tarde, ningún reproche te hacía; lo más que te preguntaba era que si me querías. Y, bajo tus besos, en la madrugá, sin que tú notaras la cruz de mi angustia solía cantar: Te quiero más que a mis ojos, te quiero más que a mi vida, más que al aire que respiro y más que a la madre mía. Que se me paren los pulsos si te dejo de querer, que las campanas me doblen si te falto alguna vez. Eres mi vida y mi muerte, te lo juro, compañero; no debía de quererte, no debía de quererte y sin embargo te quiero.
De sobras sabes que eres la primera, que no miento si juro que daría por ti la vida entera, por ti la vida entera; y, sin embargo, un rato, cada día, ya ves, te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera.
Ni tan arrepentido ni encantado de haberme conocido, lo confieso. Tú que tanto has besado tú que me has enseñado, sabes mejor que yo que hasta los huesos sólo calan los besos que no has dado, los labios del pecado.
Porque una casa sin ti es una emboscada, el pasillo de un tren de madrugada, un laberinto sin luz ni vino tinto, un velo de alquitrán en la mirada.
Y me envenenan los besos que voy dando y, sin embargo, cuando duermo sin ti contigo sueño, y con todas si duermes a mi lado, y si te vas me voy por los tejados como un gato sin dueño perdido en el pañuelo de amargura que empaña sin mancharla tu hermosura.
No debería contarlo y, sin embargo, cuando pido la llave de un hotel y a media noche encargo un buen champán francés y cena con velitas para dos, siempre es con otra, amor, nunca contigo, bien sabes lo que digo.
Porque una casa sin ti es una oficina, un teléfono ardiendo en la cabina, una palmera en el museo de cera, un éxodo de oscuras golondrinas.
Y cuando vuelves hay fiesta en la cocina y bailes sin orquesta y ramos de rosas con espinas, pero dos no es igual que uno más uno y el lunes al café del desayuno vuelve la guerra fría y al cielo de tu boca el purgatorio y al dormitorio el pan de cada día.
Que vocación tan loable la de las rameras que van y se entregan a un hombre por unos cuantos pesos. Qué envidia. Qué suerte. Uno se enamora, se pierde y sin encontrarse, aparece sin dinero, sin corazón y sin tener a quien pasarle la cuenta. Laísa Salander
Aquella letra era la inicial de cualquier cosa, de una mañana, del insomnio que la precedió, de las horas que se contaron lentas, de un camino: sus promesas y sus ciudades, de un montón de idiotas, de un nombre. Un efe de fuerza, de fidelidad. Fidedigno, fuego, de fracaso. Fiera, fiduciario, frente, felicidad: Un Enorme Fracaso. Fanatismo, formalidad, fuente, frontispicio: Grandísimo Fracaso. Franqueza, flaco, fénix, fórmula, Francia, Francisco, Felipe, familia. Final y al Fin Fracaso. También efe de tiempo, de espera, de desesperación, de distancia, del bip bip sarcástico de un teléfono –efe— que no es contestado y al que nunca se ha llamado. F, ahora busco cubrir la letra que se enreda con un dragón rojo en mi cadera; varias veces he intentado arrancarla a punta de mentiras, navajazos o indiferencia. La miro sin ver. Digo cualquier estupidez y me convenzo que en algún idioma ese símbolo es una genial invención mística, el infinito y el universo metidos en su modesta presencia. Pero de eso nada. Y la infeliz letra florece contenta cada vez que la amenazo; se me aferra, asfixia, responde furiosa, y ante los ojos de algún forastero se ve linda y cursiva. La de cosas increíbles que escribe sobre ella –sobre ti— esa letra, creciente y menguante, aunque nadie más pueda leerlas. Sólo yo que todos los días me entero otra vez de que no llegaste y sólo te fuiste, fuimos. Y yo contigo. ZoFía
Si la pesada substancia de mi carne fuera pensamiento, la cruel distancia no detendría mi camino; porque entonces, a despecho del espacio iría desde los lugares más remotos hasta donde tú estás. No importaría que mi pie se asentase sobre el punto de la tierra más alejado de ti; porque el ágil pensamiento puede superar mar y tierra tan pronto como piensa en el lugar donde quisiera estar. Pero, ¡ah! Me mata el pensamiento de no ser pensamiento, para superar vastas extensiones de millas cuando tú estás lejos, sino en cambio, estando hecho de tierra y agua, debo esperar, gimiendo, la lentitud del tiempo; sin recibir otra cosa, de tan pesados elementos, sino pesadas lágrimas, prendas del dolor de éstos. William Shakespeare