Por un instante consideró los límites de las palabras amor y deseo entre toda esa incertidumbre, la sospecha y la urgencia del miedo, sin la menor certeza sobre el futuro ni sobre el presente. Aquella sombría fuga, cuyo destino y consecuencias desconocía, dejaba todo lo demás en segundo plano. Se trataba de ponerse a salvo, primero, y de reflexionar más tarde sobre la impronta de aquella mujer en su carne y su pensamiento. Podía tratarse de amor, por supuesto. Max nunca había amado antes, y no podía saberlo. Tal vez fuese amor aquel desgarro intolerable, el vacío ante la inminencia de la partida, la tristeza desoladora que casi desplazaba al instinto de ponerse a salvo y sobrevivir. Quizá ella también lo amase, pensó de pronto. A su modo. Quizá, pensó también, no volvieran a verse nunca.
El tango de la guardia vieja, Arturo Pérez-Reverte
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