UNO DEBE TENER MUCHO MIEDO AL ESCRIBIR. NO ES UN ACTO NATURAL COMO COMER O HACER EL AMOR, ES EN CIERTO MODO UN ACTO CONTRA NATURA. ES DECIRLE A LA NATURALEZA QUE NO SE BASTA A SÍ MISMA, QUE NECESITA OTRA REALIDAD, LA IMAGINACIÓN LITERARIA. Carlos Fuentes
martes, 31 de marzo de 2009
sobre mí
jueves, 26 de marzo de 2009
Ave maría purísima

martes, 24 de marzo de 2009
Sobre Teresa Mendoza y Santiago Fisterra II
Santiago caminaba con las manos en los bolsillos, deteniéndose a trechos para comprobar que Teresa no corría riesgo de resbalar en el verdín de las piedras húmedas.
-Otras veces -añadió de pronto, como si no hubiera dejado de pensar en ello- me pongo a mirarte y pareces de golpe muy mayor... Como esta mañana.
-¿Y qué pasó esta mañana?
-Pues que me desperté y estabas en el cuarto de baño, y me levanté a verte, y te vi delante del espejo, echándote agua en la cara, y te mirabas como si te costara reconocerte. Con cara de vieja.
-¿Fea?
-Feísima. Por eso quise volverte guapa, y te apalanqué en brazos y te llevé a la cama y estuvimos dándonos estiba una hora larga.
-No me acuerdo.
-¿De lo que hicimos en la cama? -De estar fea.
Lo recordaba muy bien, por supuesto. Había despertado temprano, con la primera claridad gris. Canto de gallos al alba. Voz del muecín en el minarete de la mezquita. Tic tac del reloj en la mesilla. Y ella incapaz de recobrar el sueño, mirando cómo la luz aclaraba poco a poco el techo del dormitorio, con Santiago dormido boca abajo, el pelo revuelto, media cara hundida en la almohada y la áspera barba naciente de su mentón que le rozaba el hombro. Su respiración pesada y su inmovilidad casi continua, idéntica a la muerte. Y la angustia súbita que la hizo saltar de la cama, ir al cuarto de baño, abrir la llave del agua y mojarse la cara una y otra vez, mientras la mujer que la observaba desde el espejo se parecía a la mujer que la había mirado con el pelo húmedo el día que sonó el teléfono en Culiacán. Y luego Santiago reflejado detrás, los ojos hinchados por el sueño, desnudo como ella, abrazándola antes de llevarla de nuevo a la cama para hacerle el amor entre las sábanas arrugadas que olían a los dos, a semen y a tibieza de cuerpos enlazados. Y luego los fantasmas desvaneciéndose hasta nueva orden, una vez más, con la penumbra del amanecer sucio -no había nada tan sucio en el mundo como esa indecisa penumbra gris de los amaneceres- al que la luz del día, derramándose ya en caudal entre las persianas, relegaba de nuevo a los infiernos.
-Contigo me pasa, a ratos, que me quedo un poco fuera, ¿entiendes? -Santiago miraba el mar azul, ondulante con la marejada que chapaleaba entre las rocas; una mirada familiar y casi técnica-... Te tengo bien controlada, y de pronto, zaca. Te vas.
-A Marruecos.
-No seas tonta. Por favor. He dicho que eso terminó.
Otra vez la sonrisa que lo borraba todo. Guapo para no acabárselo, pensó de nuevo ella. El pinche contrabandista de su pinche madre.
-También a veces tú te vas -dijo-. Requetelejos.
-Lo mío es distinto. Tengo cosas que me preocupan... Quiero decir cosas de ahora. Pero lo tuyo es diferente.
Se quedó un poco callado. Parecía buscar una idea difícil de concretar. O de expresar.
-Lo tuyo -dijo al fin- son cosas que ya estaban ahí antes de conocerte.
Dieron unos pasos más antes de volver bajo el arco de la muralla. El viejo de los pinchitos limpiaba la mesa. Teresa y el moro cambiaron una sonrisa.
-Nunca me cuentas nada de México -dijo Santiago.
Ella se apoyaba en él, poniéndose los zapatos. -No hay mucho que contar -respondió-... Allí la gente se chinga entre ella por el narco o por unos pesos, o la chingan porque dicen que es comunista, o llega un huracán y se los chinga a todos bien parejo.
-Me refería a ti.
-Yo soy sinaloense. Un poquito lastimada en mi orgullo, últimamente. Pero atrabancada de a madre. -¿Y qué más?
-No hay más. Tampoco te pregunto a ti sobre tu vida. Ni siquiera sé si estás casado.
-No lo estoy -movía los dedos ante sus ojos-. Y me jode que no lo hayas preguntado hasta hoy.
-No pregunto. Sólo digo que no lo sé. Así fue el pacto.
-¿Qué pacto? No recuerdo ningún pacto. -Nada de preguntas chuecas. Tú vienes, yo estoy. Tú te vas, yo me quedo.
-¿Y el futuro?
-Del futuro hablaremos cuando llegue.
LA REINA DEL SUR, Arturo Pérez Reverte
domingo, 22 de marzo de 2009
jueves, 19 de marzo de 2009
La luna
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir.
Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.
miércoles, 18 de marzo de 2009
Si hubiera de morir...
Uno puede llorar hasta con la palabra «excusado» si tiene ganas de llorar.
Y esto es lo que hoy me pasa. Estoy dispuesto a perder hasta las uñas, a sacarme los ojos y exprimirlos como limones sobre la taza de café. («Te convido a una taza de café con cascaritas de ojo, corazón mío»).
Antes de que caiga sobre mi lengua el hielo del silencio, antes de que se raje mi garganta y mi corazón se desplome como una bolsa de cuero, quiero decirte, vida mía, lo agradecido que estoy, por este hígado estupendo que me dejó comer todas tus rosas, el día que entré a tu jardín oculto sin que nadie me viera.
Lo recuerdo. Me llené el corazón de diamantes —que son estrellas caídas y envejecidas en el polvo de la tierra— y lo anduve sonando como una sonaja mientras reía. No tengo otro rencor que el que tengo, y eso porque pude nacer antes y no lo hiciste.
No pongas el amor en mis manos como un pájaro muerto.
lunes, 16 de marzo de 2009
Los amorosos
viernes, 13 de marzo de 2009
Sobre Sabines
El mar se mide por olas,
el cielo por alas,
nosotros por lágrimas.
El aire descansa en las hojas,
el agua en los ojos,
nosotros en nada.
Parece que sales y soles,
nosotros y nada...
***
Hay un modo
Hay un modo en que me hagas completamente feliz, amor mío: muérete.
jueves, 12 de marzo de 2009
los ojos cerrados
--Espera, ahora vuelven.
--Atiende --me dijo--, atiende bien. No sé qué pasará dentro de un rato, no sé qué pasará mañana, pero ahora, en este preciso instante, te quiero.
Ésta vez fui yo la que dio un bote.
No tuve tiempo de reaccionar. Nuestros amigos ya volvían. Durante el camino de vuelta, mientras iban hacia mi casa, Drog les mandó parar. En el primer semáforo se bajó del coche, cogió un taxi y se marchó a dormir a otro sitio.
Estuve una semana sin verlo.
martes, 10 de marzo de 2009
si he de vivir sin ti
No aprenderé por eso a quererte mejor,pero desalojado de la felicidad sabré cuánta me dabas con solamente a veces estar cerca. Esto creo entenderlo, pero me engaño: hará falta la escarcha del dintel para que el guarecido en el portal comprenda la luz del comedor, los manteles de leche, y el aroma del pan que pasa su morena mano por la hendija.
Tan lejos ya de ticomo un ojo del otro, de esta asumida adversidad nacerá la mirada que por fin te merezca.
Julio Cortázar, Salvo el crepúsculo
lunes, 9 de marzo de 2009
LA NOVIA OSCURA

Desde hace unos días a Todos los Santos, que ha iniciado la mudanza hacia los grandes territorios deslumbrados con todo y cigarro humeante, colas de zorro al cuello y pantuflas de pelo rosado, le ha dado por decirle Felipe ya no sólo a sus muchos y variopintos animales sino también a su gente cercana.
--Ven acá, tú, Felipe –me ordena--, entiende también esto que voy a decirte sobre las andanzas de mi niña Sayonara: al hacer el balance de las cosas vividas, la medición de los días que honestamente han sido, los demás siempre optamos por quedarnos, apegados a nuestras migajas de sobrevivencia, y la única que de verdad sabe partir es ella, sin temor, sin garantia de regreso, en pleno fulgor de vida florecida y vigorosa. Y en horrendo despliegue de egoísmo y dureza con el prójimo, también.
Le pregunto a Todos los Santos cuántas veces, haciéndole honor a su nombre, se despidió Sayonara.
--No hay que contar sólo las veces que se fue –me responde--, sino también las veces que quiso irse, y que son incontables.
La novia oscura, Laura Restrepo
domingo, 8 de marzo de 2009
pameo
donde se juegan las fuentes de la luz,
te discuto a cada nombre, te arranco con delicadeza de cicatriz,voy poniéndote en el pelo cenizas de relámpago y cintas que dormían en la lluvia.
No quiero que tengas una forma, que seas
precisamente lo queviene detrás de tu mano,
porque el agua, considera el agua, y los leones cuando se disuelvenen el azúcar de la fábula,
y los gestos, esa arquitectura de la nada,
encendiendo sus lámparas a mitad del encuentro.
Todo mañana es la pizarra donde te invento y te dibujo,
pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa.
Busco tu suma, el borde de la copa donde el vino es también la luna y el espejo,
busco esa línea que hace temblar a un hombre en una galería de museo.
Además te quiero, y hace tiempo y frío.
Julio Cortázar
LOS TATUAJES
Simple, infinitamente,
me tatúo.
Se me quedan
tus manos y tus voces
como mordedura
permanente.
Se me contagia todo
del tatuaje,
la música, el olor,
el mar privado,
lo que íbamos a ser
y nunca hicimos.
Basta la lluvia
y se me nota todo.
Eduardo Casar
viernes, 6 de marzo de 2009
mes de julio 1
z.
Y otros demonios

LA MUDANZA

Sobre Santiago Fisterra y Teresa Mendoza I
Se volvió a mirarlo cuando escuchó sus palabras. Él no estaba molesto, ni malhumorado. Ni siquiera se trataba de un reproche.
-Te quiero, pendejo.
-Claro.
Siempre se burlaba de ella con eso. A su manera suave, observándola, incitándola a hablar con pequeñas provocaciones. Parece que te costara dinero, decía. Tan sosa. Me tienes el ego, o como se diga, hecho una mierda. Y entonces Teresa lo abrazaba y lo besaba en los ojos, y le decía te quiero, te quiero, te quiero, muchas veces. Pinche gallego requetependejo. Y él bromeaba como si no le importara, igual que si se tratara de un simple pretexto de conversación, un motivo de burla, y el reproche debiera formulárselo ella a él. Deja, deja. Deja. Y al cabo paraban de reírse y se quedaban el uno frente al otro, y Teresa sentía la impotencia de todo cuanto no era posible, mientras los ojos masculinos la miraban con fijeza, resignados como si llorasen un poco adentro, silenciosamente, igual que un plebito que corre en pos de los compañeros mayores mientras éstos lo dejan atrás. Una pena seca, callada, que la enternecía; y entonces estaba segura de que a lo mejor sí quería a aquel hombre de veras. Y cada vez que eso pasaba, Teresa reprimía el impulso de alzar una mano y acariciar el rostro de Santiago de alguna manera difícil de saber, y de explicar y de sentir, como si le debiese algo y no pudiera pagárselo jamás.
-¿En qué piensas?
-En nada.
Ojalá no acabara nunca, deseaba. Ojalá esta existencia intermedia entre la vida y la muerte, suspendida en lo alto de un extraño abismo, pudiera prolongarse hasta que un día yo pronuncie palabras que de nuevo sean verdad. Ojalá que su piel y sus manos y sus ojos y su boca me borraran la memoria, y yo naciera de nuevo, o muriese de una vez, para decir como si fueran nuevas palabras viejas que no me suenen a traición o a mentira. Ojalá tenga -ojalá tuviera, tuviéramos- tiempo suficiente para eso.
pastillas de jabón para el invierno
Enseguida me di cuenta de este detalle pues estoy un poco tocado de la cabeza con el tema de calzado. Mi chifladura se remonta a los tiempos de la guerra, a los años de la ocupación alemana. Recuerdo el otoño de 1942: no tardaría en llegar el invierno y yo no tenía zapatos. Los viejos estaban hechos trizas y mi madre no tenía dinero para comprarme unos nuevos. Los zapatos accesibles a los polacos costaban cuatrocientos zlotys; la parte superior estaba hecha de dril impregnado de una sustancia alquitranada, impermeable, y las suelas, de madera de tilo. ¿De dónde íbamos a sacar los cuatrocientos zlotys?
Ryszard Kapuscinski, Viajes con Heródoto.
miedo
Carlos Fuentes
