La casa de fachada verde sobre la nocturna calle solitaria. Las aceras medio húmedas y secas huelen a una rápida lluvia vespertina. El aroma a tierra negra y mojada se cuela por ventanas y agujeros. Un viento noctámbulo huyendo alborota el follaje del único árbol de la adusta calle perpendicular a una importante calzada.
Silencio. Todo es silencio y silencioso en las penumbras. La casa verde se distingue entre grises y melancólicos frontispicios de otras construcciones aun con el sol oculto, poderosamente llama la atención. Pero, ¿quién puede vivir en la casa verde sin número, en la calle taciturna y solitaria? Algún (o alguna) ente ídem, que resistiría al sopor del vacío de una casa verde arruinada, que en lugar de cristales en sus ventanas tiene plásticos enmugrecidos y asegurados con un trozo de "masking tape".Desde afuera sólo se ve cómo las paredes blancas están decoradas con tirones amarillentos de tapiz viejo que se viene abajo con la pintura, dejando desnudo un muro de cal tan blanco que por el único vidrio en pie, parece que hay una luz encendida. Nadie quisiera estar en esa casa verde, donde los ágiles felinos se recuestan a dormir la siesta bajo un rayo de sol en el atardecer. Nadie quiere y nadie cree que alguien pueda vivir ahí, en medio de cuartos vacíos y polvorientos. En la azotea hay un hoyo por el que cabe la luna llena y medio vacía. Los pisos de madera apolillada crujen y gimotean cuando se les pisa.
Hay alguien dentro de la casa de los gatos. Alguien que sí quiere vivir ahí. Un banco alto de madera clara con las patas a desnivel sirve de mecedora a quien lee enfrente de la pared de cal. A través del agujero en el techo la luna se mete a la habitación con su luz azul, hoy no es nácar, ni se parece a la perla astral que describen los poetas en sus versos.
Los gatos que llegan a la pieza, mojados, oliendo a correrías por cobertizos o ratones escapados; se acurrucan en rincones secos y con su lengua se limpian el lodo embarrado en su pelo. Uno de ellos, parado debajo del hueco del techo, hace como si quisiera saltar. Quien estaba en el banco, frente a la pared de cal, se pone de pie y también como el gato -que es gata-, levanta la cara al cielo, como esperando ambos -que son ambas-, que la luna se escurra en una de esas gotas, restos de lluvia vespertina, que van cayendo al suelo.
* * *
Otra vez tiene que volver a empezar su lectura, se quedó en el mismo punto y coma de donde no ha podido avanzar. Entre amores y exorcismos la Maga intenta concentrarse en las letras que le van entrando por los ojos bien abiertos. Ya pasó el signo de puntuación estorboso; unas frases más y ahora empieza a pensar en un racimo de uvas áureas, como si fueran de miel. La Maga tiene un sabor dulce en la boca imaginándolas, tibias y latiendo juntas entre las manos de Sierva María. Otro renglón. La Maga está en medio de muchas cosas, apenas un movimiento y se irá a un extremo. Le toca escoger entre la página 200 y la 201. Está a punto de cruzar el umbral mientras piensa en que le prometió a Paul terminar su lectura cuando regresara. Pero ambos se han demorado.
200, 201... La Maga está en su dilema, en esas anda cuando piensa en la mala suerte que ha tenido. Hard luck woman, le decía Paul si algo no salía como lo planeaba. Y es que resultaba bastante interesante mirar el cuidado con el que se ensimismaba, la Maga, en sus sinrazones, y cuando después de números, cartas y casualidades, tenía algo seguro, seguro salía todo mal, y la Maga entonces casi lloraba desesperada y se desesperaba por no poder hacerlo.
La Maga, perdiendo la noción del último párrafo de la página 200, se distrae viendo cómo una gata que bautizó como Galleta se acerca y queda bajo la oquedad del techo. La Maga se baja del banco donde estaba sentada. Galleta cariñosamente se pasea por sus piernas. Paul está cantando, la Maga piensa en eso. Y aunque no se oye más que el estridente silencio y vacío de la casa verde, la Maga escucha como si Paul cantara. Espera a que Paul termine su canción y le diga que es más fácil ser la luna que andar tras ella. Eso hasta Galleta lo sabe, seguir la luna por las azoteas no siempre es divertido.
La Maga sin moverse está queriendo que una de las gotas que escurren desde el techo moje sus mejillas. Lágrimas postizas, dice la Maga, mientras Galleta se duerme, Paul canta y ella se acuerda que aún tiene que escoger entre la página 200 y la 201.
Cd. México 1997
