viernes, 19 de noviembre de 2010

2005

Para FBJ

Pues ya pasó una hora.
Dos más un cuarto de este nuevo siglo,
De este nuevo lustro,
De este nuevo año.
Ya pasaron y nada.
Pasa nada.
Se largaron junto con mis mejores intentos
Las buenas intenciones
De sacarte de aquí:
Mis ojos, el pecho y las palabras
Que pasadas por whisky y champaña
Regresan sólo para volverte a buscar.

domingo, 14 de noviembre de 2010

He aquí que tú estás sola y que estoy solo

He aquí que tú estás sola y que estoy solo.
Haces tus cosas diariamente y piensas
y yo pienso y recuerdo y estoy solo.
A la misma hora nos recordamos algo
y nos sufrimos. Como una droga mía y tuya
somos, y una locura celular nos recorre
y una sangre rebelde y sin cansancio.
Se me va a hacer llagas este cuerpo solo, se me caerá la carne trozo a trozo.
Esto es lejía y muerte.
El corrosivo estar, el malestar
muriendo es nuestra muerte.

Ya no sé dónde estás. Yo ya he olvidado
quién eres, dónde estás, cómo te llamas.
Yo soy sólo una parte, sólo un brazo,
una mitad apenas, sólo un brazo.
Te recuerdo en mi boca y en mis manos.
Con mi lengua y mis ojos y mis manos
te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne,
a siembra, a flor, hueles a amor, a ti,
hueles a sal, sabes a sal, amor y a mí.
En mis labios te sé, te reconozco,y giras y eres y miras incansable
y toda tú me suenas
dentro del corazón como mi sangre.
Te digo que estoy solo y que me faltas.
Nos faltamos, amor, y nos morimos
y nada haremos ya sino morirnos.
Esto lo sé, amor, esto sabemos.
Hoy y mañana, así, y cuando estemos
en nuestros brazos simples y cansados,
me faltarás, amor, nos faltaremos.

Jaime Sabines


jueves, 11 de noviembre de 2010

No es nada de tu cuerpo

No es nada de tu cuerpo,
ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,
ni ese lugar secreto que los dos conocemos,
fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.
No es tu boca —tu boca
que es igual que tu sexo—,
ni la reunión exacta de tus pechos,
ni tu espalda dulcísima y suave,
ni tu ombligo, en que bebo.
Ni son tus muslos duros como el día,
ni tus rodillas de marfil al fuego,
ni tus pies diminutos y sangrantes,
ni tu olor, ni tu pelo.
No es tu mirada —¿qué es una mirada?—
triste luz descarriada, paz sin dueño,
ni el álbum de tu oído, ni tus voces,
ni las ojeras que te deja el sueño.
Ni es tu lengua de víbora tampoco,
flecha de avispas en el aire ciego,
ni la humedad caliente de tu asfixia
que sostiene tu beso.
No es nada de tu cuerpo,
ni una brizna, ni un pétalo,
ni una gota, ni un gramo, ni un momento:

Es sólo este lugar donde estuviste,
estos mis brazos tercos.

JAIME SABINES

Anna

Tal vez lo último que vio fue la mirada fría del sicario que accionó el gatillo. Una, dos, tres, cuatro veces. La investigación dirá si ya había muerto para entonces, cuando su cuerpo caía descompuesto al piso del ascensor.
¿Cuántas balas serían suficientes para matar Anna Politkóvskaya? El despreciable asesino decidió que le vendrían bien dos en el pecho, en el corazón que en vida latió apasionado, una más en el hombro y la última clavada en su frente, justo en el centro de sus grandes ojos castaños, testigos fieles de los horrores que el ser humano es capaz cometer. Después de acabar con la vida de Anna, el criminal simplemente arrojó la pistola Makarov al suelo y se marchó.
Anna temía al odio sobre todas las cosas, lo conocía muy bien: durante sus 48 años de vida se lo había topado de frente, con varios rostros y nombres, so pretexto de nacionalidades y religiones, pero siempre la misma estupidez que en el centro siega la vida de inocentes.
“Honestamente temo su odio. Temo, porque rebasará los márgenes. Tarde o temprano”, escribió en su último trabajo que Nóvaya Gazata publicó, como en una triste paradoja, íntegro e inconcluso, tal como ella lo dejó.
En este artículo, Anna documentaba la serie de torturas a la que han sido sujetos varios jóvenes chechenos acusados de terrorismo.
“Te designamos terrorista”, escribió rodeada de las carpetas y expedientes de las personas que, como parte de una paranoica lucha antiterrorista, han sido encarceladas y condenadas durante los últimos años sin pruebas o con causas amañanadas.
“¿Combatimos la ilegalidad con la ley? ¿o golpeamos con nuestra ilegalidad la de ellos? Estos dos enfoques chocan y sacan chispas hoy y también lo harás en lo futuro. Como resultado de la ‘designación de terroristas’ aumenta el número de aquellos que no quieren conformarse con ello”.
Anna creía que su trabajo podría salvarla. Pero el periodismo no fue suficiente; el coraje y valentía con que escribió las líneas para contar los últimos años del conflicto de Chechenia, para describir el espíritu roto de una madre que sabe a su hijo secuestro en una escuela, para denunciar su indignación, y extenderla, ante los constantes yerros de un gobierno para el que siempre fue una presencia incómoda, no alcanzaron ante la simpleza de esas cuatro balas que sólo pueden explicarse a partir del odio. Aquel temor agazapado que siempre la acompañó y que trató de envenenarla en septiembre de 2004, cuando se dirigía en un avión hacia Beslan, donde un colegio había sido tomado por un comando armado, secuestrando a todos sus estudiantes. Anna sería mediadora en las negociaciones con los secuestradores pero nunca llegó a tiempo, una taza de té envenenada la detuvo.
Sólo así podrían contenerla. Su asesino lo sabía y por eso inclemente lanzó cuatro balas en contra de aquella mujer de cabello cenizo, enjuta y labios finos. Y en contra también de todos aquellos que pensamos que en tiempos de autoritarismo y odio, el periodismo debe ser un remanso de sensatez y libertad